Bailarinas incendiadas: acá hubo fuego

Por Carolina Bergero

Acá hubo fuego. Acá, en estas calles a la que tanto le decretaron la muerte por el auge del home office y donde la noche silenciosa anuncia que sigue siendo un puerto Buenos Aires, hubo fuego. Las versiones son varias, pero todo comienza previo a la creación del primer Teatro Colón, en 1857, en la cuadra sudeste de Plaza de Mayo, donde hoy se ubica el Banco Nación. El primer Teatro Colón estuvo construido sobre un terreno conocido como “el hueco de las ánimas”, lugar donde se estableció la primera catedral, en 1584. Por supuesto que había un cementerio y en una etapa fue propiedad del Colegio Seminario Buenos Aires. Después lo tomó el Cabildo para construir el “Coliseo Estable de Comedias”, pero en 1832 sufre un gran incendio. Sobre esos cimientos, se crea el primer edificio del Teatro Colón, con la estructura de hierro hasta entonces más grande del Río de la Plata. Tenía una araña central que ascendía y descendía durante los entreactos, era llamada La Lucerna por tener 450 picos de gas que irradiaban una potencia lumínica nunca antes vista en Buenos Aires.

Hace unos pocos años, ArtHaus emergió en estas mismas manzanas como un centro de experimentación y producción artística que incluye a distintas disciplinas y alberga a grupos creadores que se inspiran en materiales y artistas de otras épocas para sus piezas contemporáneas. No es un teatro, no es un museo, no es un cine, no es un espacio de conciertos. Sin embargo, podés encontrar todo eso.

Se puede pensar que Bailarinas incendiadas es una obra de danza, pero en realidad es mucho más que eso. La coreógrafa, bailarina y actriz argentina Luciana Acuña dirige esta obra que es -en simultáneo- un ritual, una fiesta, un exquisito trabajo archivístico. Seis profesionales de la escena teatral relatan historias sobre “oscuros sucesos” ocurridos en la escena del S XIX. A partir de una investigación de Ignacio González, la obra se presenta como “crónicas sobre bailarinas incendiadas por el fuego de las lámparas de gas que se utilizaban en teatros de aquella época”, tal como explica la gacetilla.

Tres bailarinas contando historias reales de bailarinas decimonónicas prendidas fuego. Un iluminador real recreando la historia de la iluminación teatral. Una actriz que baila sin estar “contaminada por la técnica clásica”, según Acuña. Un músico que altera el ballet del romanticismo para inducirnos en sonidos tecno/punk actuales. Se trata de les performers: Carla Di Grazia, Milva Leonardi, Tatiana Saphir, Agustín Fortuny, Matías Sendón y Luciana Acuña.

Hay una cita del crítico Hal Foster (2006) que plantea que un trabajo archivístico no sólo se sirve de archivos sino que también los produce. Lxs artistas archivistas buscan hacer físicamente presente “información histórica, frecuentemente perdida o desparramada”[1] con la intención explícita de direccionar, de incidir en una lectura futura. Y es que tanto en el ensayo de González como en la obra se hace un racconto de todos los casos en que bailarinas clásicas, por accidente, negligencia o impunidad, han muerto prendidas fuego porque sus tutús y las lámparas de gas se encontraron en la escena como si el teatro fuera una hoguera. La Pyra era la hoguera donde se quemaban brujas, pero también el lugar donde celebraban sus rituales.

Bailarinas incendiadas se propone realizar una especie de práctica bruja, una operación hecha de escenas que trastocan los vínculos con y entre las bailarinas decimonónicas y las actuales. Con recortes de diarios de la época romántica, la obra busca tensionar el vínculo con personas y cosas ya existentes en el mundo real, fuera del teatro, fuera de la imaginación, sin por eso renunciar a los juegos de la ficción. La obra está construída sobre archivos. Acuña, como directora e intérprete, desmonta el documento desde un territorio afectivo que pone en vista el poder pensar “¿qué es eso de la muerte de una mujer que trabaja? O prendida fuego, una forma de femicidio que está a la orden del día en este país y resuena bastante”,  tal como señala la coreógrafa en la entrevista que Dulcinea Segura realiza en Danza Presente, un ciclo de conversaciones con artistas de la danza.

Bailarinas incendiadas señala la presencia de una fuerza de la que es posible apropiarse. En este momento, la puesta en escena de mujeres que se han prendido fuego es una imagen que puede tocar la sensibilidad política del presente. Proaño (2021) considera a las obras escénicas como prácticas sensibles complejas que “tienen la capacidad política inherente a los afectos para tensionar las relaciones entre poder, conocimiento y resistencia”[2]. Es necesario historizar dichas violencias, ellas son distintas y nos obligan a remarcar la importancia de articular las emociones desplegadas en la escena teatral, con el contexto y los hechos históricos y políticos.

Sin embargo, lo que a Acuña le interesa del vínculo con el presente es destacar la fortaleza de las mujeres en tanto mujeres y trabajadoras, por eso las nombra con sus datos precisos. Y pone énfasis en no victimizar a esas bailarinas que además de luchar, eran unas increíbles profesionales que lograron un nombre en la escena en un momento de auge del ballet en el que abundaban las grandes bailarinas: “lucharon por eso que creían que era su profesión y murieron por eso, que no es poco”, agrega.

Con dramaturgia de Mariana Chaud y Alejo Moguillansky se presentan distintas aproximaciones tanto a la vida de las bailarinas Emma Livry, las hermanas Gale, Clara Webster y La Telesita como a los acontecimientos históricos sobre el desarrollo de la luz en el siglo XIX, que incluye planos, dibujos y explicaciones. Pero -y esto es lo relevante-, al mismo tiempo que el espectador va asimilando el testimonio del horror, recibe también información sobre la labor escénica. La memoria que se intenta preservar no es sólo la memoria de estas muertes, sino también la memoria de una práctica artística: el sector de la danza, históricamente postergado y precarizado en Argentina, donde el mayor porcentaje de la comunidad son mujeres y disidencias. La información sobre la muerte va en paralelo a la información sobre la vida. En escena vemos a bailarinas experimentadas, maestras de la danza, siempre en ropa de trabajo, desplegando toda su corporalidad danzada con aquello que dota de sentido sus vidas. El cuerpo en la danza constituye el soporte de sus subjetividades, que se hacen presente durante toda la pieza. Y así, en el fragor del baile, como si de una celebración primigenia se tratase, por algunos momentos, artistas y público se confunden, se entremezclan en la libertad de la danza sin reglas mientras suena como un himno Believe, de Cher. Esta danza es la que tanto se ha esforzado en transmitir Luciana Acuña, pero la danza no es el objeto del espectáculo, es un material más, un material entre otros que componen la memoria de la muerte y la memoria de la vida.

Qué: Bailarinas incendiadas

Quién: Dirección: Luciana Acuña / Performers: Luciana Acuña, Carla Di Grazia, Agustín Fortuny, Tatiana Saphir, Matías Sendón, Milvia Leonardi / Diseño De Iluminación: Matías Sendón / Diseño de vestuario: Mariana Tirantte / Texto: Mariana Chaud, Alejo Moguillansky / Video: Alejo Moguillansky / Asistencia de dirección: Carla Grella / Producción: Gabriela Gobbi / Investigación: Ignacio Gonzalez

Cuándo: Miércoles 13, Jueves 14 y Viernes 15 de agosto, a las 20:00hs

Dónde: ArtHaus – Bartolomé Mitre 434, microcentro.

Duración: 70 minutos


[1] Foster, Hal (2004). «El impulso de archivo». Revista October (105). Cambridge, Mass.: MIT Press.

[2] Proaño Gomez, Lola (2020). “Afectividad, política y conocimiento: resistencia al neoliberalismo desde la escena teatral latinoamericana”. Revista Investigación Teatral Vol 11. Núm 18.

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